Hartwell y el aumento del nivel de vida en Inglaterra (1800-1850)

Resumen del artículo “El aumento del nivel de vida en Inglaterra de 1800 a 1850”, escrito por R.M. Hartwell y editado en El Capitalismo y los Historiadores (título original en inglés: Capitalism and the Historians), un libro editado en 1954 por Friedrich von Hayek. 
El mismo reúne ensayos de diversos autores con análisis críticos sobre la interpretación que cierta historiografía había dado sobre la llamada “Era de la Revolución Industrial”. Los ensayos formaron parte de una serie de trabajos presentados en la cuarta reunión anual de la Sociedad Mont Pelerin, presentados en 1951, sobre los orígenes del capitalismo.

El artículo de Hartwell es un compendio de datos y argumentos que respaldan la tesis de que el bienestar de la población aumentó extraordinariamente como consecuencia de la Revolución Industrial. Según las estimaciones de la época, la renta nacional inglesa se duplicó entre 1800 y 1850 (el crecimiento fue irregular, con un estancamiento durante la guerra y quizás un leve retroceso en los años 30). La producción industrial, de acuerdo con los datos de Hoffmann, aumentó a un ritmo del 3-4% anual durante el intervalo 1782-1855, mientras que para ese mismo período la tasa de crecimiento de la población fue del 1,2-1,5% anual.

En este contexto, es preciso señalar que la industria manufacturera que, en 1770, constituía un quinto de la renta nacional, pasó a representar un tercio del total en 1831. Hartwell destaca que “entre los factores que contribuyeron a aumentar la producción per cápita, los más importantes fueron la formación de capital, el progreso técnico y un aumento de las capacidades laborales y empresariales”. Los censos muestran que el porcentaje de familias dedicadas a la agricultura descendió siete puntos entre 1811 y 1831 (reducción del 35,2% al 28,2%).

Paralelamente aumentó el número de empleados en el sector servicios (transportes, comercio, finanzas, administración pública, profesiones liberales...). Las cajas de ahorro, tras su creación en 1817, acumulaban unos depósitos de 14,3 millones de esterlinas en 1829 y de casi 30 millones en 1850, siendo la mayor parte ahorros de asalariados y artesanos. Las sociedades de asistencia y ayuda mutuas, unas 20.000 en 1858, llegaron a reunir cerca de dos millones de socios.

Hartwell también examina un conjunto de datos sobre productos alimenticios para concluir que el londinense medio en 1830 consumía semanalmente 5 onzas de mantequilla, 30 onzas de carne, 56 onzas de patatas y 16 onzas de fruta, cifras muy similares a las del consumo inglés registradas en 1959: 5 onzas de mantequilla, 35 onzas de carne, 51 onzas de patata y 32 onzas de fruta. P.L.Simmonds, que estudió las costumbres alimenticias inglesas a mediados del siglo XIX, afirmó que “el hombre inglés está mejor alimentado que cualquier otra persona en el mundo.

Debido a una alimentación más sana, unos hogares más confortables y una mayor higiene la población fue menos propensa al contagio de enfermedades como la tisis. Hubo, asimismo, avances sanitarios y las condiciones laborales de las fábricas mejoraron. R. Baker, uno de los primeros inspectores de fábricas, escribía en un ensayo para la Social Science Associaton de Bradford, refiriéndose al período 1822 –1856, que “todas las enfermedades típicas del trabajo de fábrica en 1822 han desaparecido casi completamente.

Desafortunadamente, sin embargo, Hartwell considera positiva cierta legislación que limitó la jornada laboral y restringió el trabajo de los menores, legislación innecesaria en la medida en que vino a sancionar una realidad ya establecida y contraproducente en la medida en que elevó los costes de los empresarios y rebajó la producción y los ingresos de las familias.

Hartwell asevera que todos los indicios apuntan en la misma dirección: el nivel de vida aumentó para la mayor parte de la sociedad inglesa en la primera mitad del siglo XIX; lo que no significa que fuera un nivel de vida alto o que no hubiera grandes focos de extrema pobreza. Pero la miseria, el trabajo infantil y femenino, las adulteraciones alimenticias, las duras condiciones laborales... en absoluto constituían fenómenos nuevos.

Precisamente, la Revolución Industrial permitió su paulatina superación, algo inconcebible hasta entonces. Hartwell destaca además que en aquel período, en parte debido a las oportunidades económicas que surgieron, se inició una de las revoluciones sociales más notorias: la emancipación de la mujer.

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