Bataille: el potlatch y el gasto improductivo

Resumen del texto "La noción de gasto", en el que Georges Bataille se vale del ejemplo del potlatch para desarrollar la noción de gasto improductivo.
Insuficiencia del principio clásico de utilidad

La utilidad material teóricamente tiene por objeto el placer bajo una forma atemperada y queda limitada a la adquisición (prácticamente a la producción)  y a la conservación de bienes, de una parte, y a la reproducción y conservación de vidas humanas, por otra. Cualquier enjuiciamiento general sobre la actividad social implica el principio de que todo esfuerzo particular debe ser reducible a las necesidades fundamentales de la producción y la conservación. El placer queda reducido, en las interpretaciones intelectuales corrientes, a una concesión, a un descanso cuyo papel sería subsidiario. La parte más importante de la vida se considera constituida por la condición de la actividad social productiva.

La experiencia personal capaz de derrochar y destruir sin sentido, se opone a esta concepción ya que se siente incapaz de justificar utilitariamente su conducta y no cae en la cuenta de que una sociedad humana puede estar interesada, como él mismo, en pérdidas, catástrofes que provoquen, según necesidades concretas, ataques de angustia. La humanidad consciente continúa siendo menor de edad; admite el derecho de adquirir, conservar, o de consumir racionalmente, pero excluye, en principio, el gasto improductivo. Esta exclusión es superficial y que no modifica la actividad práctica.

El principio de la pérdida

La actividad humana no es enteramente reducible a procesos de producción y conservación, y la consumición puede ser dividida en dos partes distintas. La primera reducible, está presentada por el uso de un mínimo necesario a los individuos de una sociedad dada para la conservación de la vida y para la continuación de la actividad productiva. Se trata de la condición fundamental de ésta última. La segunda parte representada por los llamados gastos improductivos: el lujo, los duelos, las guerras, los espectáculos, los juegos, la actividad sexual perversa, que representan actividades que tienen su fin en sí mismas.

Es necesario reservar el nombre de gasto para estas formas improductivas, con exclusión de todos los modos de consumición que sirven como medio de producción. El énfasis se sitúa en la pérdida, que debe ser lo más grande posible para que adquiera su verdadero sentido.

Este principio de pérdida de gasto incondicional puede ponerse de manifiesto con ejemplos:
1)      En el lujo, no basta con que las joyas sean deslumbrantes sino que también tiene que haber el sacrificio de otra cosa (ejemplo: una fortuna). Esa pérdida lo hace más valioso. Es decir que para tener algo, hace falta sacrificar otra cosa.
2)      En la religión, los cultos exigen el sacrificio por la producción de cosas sagradas que implican  una pérdida y en esa pérdida está por ejemplo el éxito del cristianismo (la negación de lo animal del hombre).
3)      En el deporte se da un gasto de energía, un peligro de muerte. Las apuestas son pérdida. Además otras formas de gasto improductivo pueden estar ligadas con los espectáculos de competición.
4)      En el arte: desde el punto de vista del gasto, las producciones artísticas pueden ser divididas en dos grandes categorías: los gastos reales (arquitectura, la música y la danza) y gastos simbólicos (literatura y el teatro) provocan la angustia y el horror por medio de representaciones simbólicas de la pérdida trágica.
La función creativa compromete la vida del que la asume porque lo expone a la decepción, la desesperanza, la miseria, etc.

Producción, intercambio y gasto improductivo

Una vez demostrada la existencia del gasto como función social, es necesario tomar en consideración las relaciones de esta función con las de producción y adquisición, que son opuestas. Estas relaciones se presentan como las de un fin con utilidad. Es verdad que la producción y la adquisición, cambiando de forma al desarrollarse, introducen una variable cuyo conocimiento es fundamental para la comprensión de los procesos históricos, ambas no son, más que medios subordinados al gasto.

La preocupación por la conservación hace que la producción parezca como un fin que se impone sobre el gasto improductivo. Para mantener esta preeminencia, como el poder está ejercido por las clases que gastan, la miseria ha sido excluida de toda actividad social. Y los miserables no tienen otro medio de entrar en el círculo del poder que la destrucción revolucionaria de las clases que lo ocupan a través de un gasto social sangriento y absolutamente ilimitado.

El carácter secundario de la producción y de la adquisición con respecto al gasto aparece en las instituciones económicas primitivas debido a que el intercambio es todavía tratado como una pérdida suntuaria de los objetos cedidos. El intercambio se presenta como un proceso de gasto sobre el que se desarrolló un proceso de adquisición.

Opuesta a la noción artificial de trueque, la forma arcaica del intercambio ha sido identificada por Mauss con el nombre potlatch. Los pueblos americanos menos avanzados practican el potlatch con ocasión de cambios en la situación de las personas. Aquí el intercambio tiene tipo de desafío y contrapartida. Es igualmente posible desafiar rivales por medio de destrucciones espectaculares de riqueza. A través de esta última forma es como el potlatch incorpora el sacrificio religioso, siendo las destrucciones teóricamente ofrecidas a los ancestros míticos de los donatarios.

La usura, que interviene regularmente en estas operaciones bajo forma de plusvalor obligatorio en los potlatch de revancha ha permitido poder decir que el préstamo con interés debería ocupar el lugar del trueque en la historia de los orígenes del intercambio. La riqueza se multiplica en las civilizaciones con potlatch de una forma que recuerda el hipercrecimiento del crédito en la civilización bancaria. El potlatch es la constitución de una propiedad positiva de la pérdida que da a esta institución su valor significativo.

La riqueza aparece como una adquisición en tanto que el rico adquiere poder, se dirige enteramente hacia la pérdida del sentido en que tal poder sea entendido como poder para perder. Por la pérdida están unidos a la riqueza la gloria y el honor. La producción y el consumo no suntuario que condicionan la riqueza aparecen así en tanto que utilidad relativa.

El gasto funcional de las clases ricas

La noción de potlatch queda reservada a los gastos de tipo agonístico que se hacen por desafío, a aquellas formas de gasto que las sociedades arcaicas no distinguen del intercambio. El intercambio, en su origen, fue subordinado a un fin humano. El principio de la función de producción exige que los productos sean sustraídos a la pérdida, al menos provisionalmente.

En la economía mercantil, los procesos de intercambio tienen un sentido adquisitivo. El gasto sigue siendo destinado adquirir o mantener el rango. El rango social está ligado a la posesión de una fortuna, pero aún con la condición de que la fortuna sea sacrificada por gastos sociales improductivos, como fiestas, espectáculos y juegos.

En tanto que clase poseedora de la riqueza, que ha recibido con ella la obligación del gasto funcional, la burguesía moderna se caracteriza por la negación de principio que opone a esta obligación. Se distingue de la aristocracia en que no consiente de gastar más para sí, en el interior de ella misma, es decir, disimulando sus gastos, cuando es posible, a los ojos de otras clases.
A estas concepciones de gasto restringido han respondido las concepciones racionalistas que la burguesía ha desarrollado a partir del siglo XVII y que no tienen otro sentido que una representación del mundo estrictamente económica.

La aversión al gasto es la razón de ser y la justificación de la burguesía y de su hipocresía tremenda. La conciencia popular se reduce a mantener el principio del gasto, representando la existencia burguesa como una siniestra anulación.

La lucha de clases

Los modos de gasto tradicional se han atrofiado, y el suntuario tumulto viviente se ha refugiado en la lucha de clases. Los componentes de la lucha de clases están presentes en la evolución del gasto desde el período arcaico. El gasto, aunque tiene una función social empieza por ser un acto de separación, de apariencia antisocial. El rico consume lo que pierde el pobre creando para él una categoría de decadencia y de abyección que abre la vía a la esclavitud. La sociedad burguesa, que pretende gobernarse siguiendo principios racionales, que tiende a una homogeneidad humana, no acepta sin protesta una división que parece destructiva del hombre mismo, pero es incapaz de llevar la resistencia más allá de la negación teórica.

El fin de la actualidad obrera es producir para vivir, pero el de la actualidad patronal es producir para condenar a los productores obreros a una descomunal miseria. Los esfuerzos burgueses tendiente a mejorar la suerte de los obreros no es más que la expresión de la infamia de las clases superiores que no tienen el valor de reconocer sus destrucciones. Los gastos realizados por los capitalistas para socorrer a los proletarios y darles la oportunidad de elevarse en la escala humana testimonian la impotencia para llevar hasta el fin un proceso suntuario.

La lucha de clases se convierte en la forma más grandiosa de gasto social, en la medida que es retomada y desarrollada, esta vez por cuenta de los obreros, con una amplitud que amenaza la existencia misma de los amos.

El cristianismo y la revolución

El culto asume la función de total oposición de fuerzas de sentido contrario, repartidas de tal modo entre ricos y pobres que los unos llevan a los otros a la pérdida. La religión no busca hacer desaparecer lo que otros consideran como la calamidad humana. La lucha de clases no tiene más que un fin posible: la pérdida de quienes han trabajado por perder a la “naturaleza humana”.

La insubordinación de los hechos materiales

La vida humana no puede quedar limitada a los sistemas que se le asignan en las concepciones racionales. El inmenso trabajo de abandono, de desbordamiento y de tempestad que la constituye podría ser expresado diciendo que la vida humana no comienza más que con la quiebra de tales sistemas. No pueden estar sujetos a nada para lo que sea posible hacer cálculos. Sólo por una insubordinación semejante, aunque sea miserable, puede la especie humana dejar de estar aislada en el esplendor incondicional de las cosas materiales.

Los hombres se encuentran constantemente comprometidos en procesos de gasto cuyo principio es la pérdida. A las pérdidas así realizadas se encuentra unida la creación de valores improductivos, de los cuales el más absurdo y al mismo tiempo el que provoca más avidez es la gloria. Junto con la ruina, la gloria, no ha dejado de dominar la existencia social y hace imposible emprender nada sin ella, a pesar de que está condicionada por la práctica ciega de la pérdida personal o social.

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