Sarlo: intelectuales, opinión pública y medios

En 2001, Beatriz Sarlo publica el libro Tiempo Presente. Uno de sus capítulos se titula “Retomar el debate”. Allí, Sarlo recoge las críticas que le hicieron ciertos académicos e intelectuales (Horacio González, Eduardo Hojman, Andrea Pagni y Erna van der Walde) luego de la publicación, en 1994, de su libro Escenas de la vida postmoderna. Básicamente, le reprochaban que fuera una “nostálgica” del lugar que antes ocupaban los intelectuales en la sociedad.  
En su respuesta, Sarlo critica ciertas lecturas decerteaucianas. He aquí un resumen de la respuesta de Sarlo, en primera persona:

Voy a ver primero las salidas que no elijo. Hay una que yo llamaría uso adaptativo de Michel de Certeau. De Certeau no es un ideólogo empeñado en descubrir una salida a la situación contemporánea de las masas populares ni de ningún otro actor social. Se trata, más bien, de un teórico en usos desviados que plantea un modelo insurrecional frente a las indicaciones institucionales que impone la cultura. Afirma que usar no es cumplir un mandato sino subvertirlo, poder de transformar los objetos y las prácticas que se le imponen. Esto es así, ningún consumidor cumple enteramente el programa inscripto en un texto, responde a la ruptura del circulo de la manipulación. Pero el problema no es solamente qué hacen los sujetos con los objetos sino qué objetos están dentro de las posibilidades de acción de los sujetos. Estos objetos establecen el horizonte de sus experiencias. El encuentro de una cultura con los objetos de otras culturas, de viejos saberes con nuevos, de privación simbólica y de abundancia. Ni el pueblo ni los letrados se salvan del círculo hermenéutico: se hace lo que se puede con lo que se tiene o se conoce. La ciudad está dividida de manera material y simbólica. Sus calles y la libertad de su recorrido tienen los límites impuestos por el escenario social. En un círculo en el que aún las transgresiones están contempladas por las indicaciones de uso (las indicaciones de uso dan forma y contenido a las transgresiones). Sin embargo, no hay que pensar que la verdad reside en la inversión de la teoría manipuladora.

Otra salida con la que simpatiza Pagni y Von der Walde es la del intelectual intérprete, de Zygmunt Bauman. Él plantea que los intelectuales, durante uno o dos siglos, reclamaron el podio del profeta. Desde una perspectiva postmoderna, hoy los intelectuales pueden convertirse en intérpretes y tejer una red de intersección de estos discursos: son intelectuales carteros. Una especie ideal de sociedad sin centro es una utopía. Arriesgaré dos o tres ideas no para salir del atolladero, sino para seguir pensando dentro de él. La cultura, dimensión simbólica del mundo social, se produce en la intersección de instituciones y experiencias. No hay experiencias que no tengan de alguna manera a las instituciones como referencia y no existen instituciones que, activas, dominantes o débiles, actúen en un vacío de experiencia. Pero no conozco sociedad moderna en la cual estas dos instancias, instituciones y experiencias, estén ausentes de una relación que las implica.

No tendría sentido hablar de transgresiones sino existiera un mapa de indicaciones y movimientos prescriptos. No vivimos en un vacío de experiencias. Pero tampoco en un vacío de instituciones. La experiencia es extraordinariamente activa, pero no gira en el vacío endogámico. No hay generación espontánea de experiencia, sin producción de alternativas que pueda estar, más o menos condicionadas por el poder simbólico. Lo que la gente hace con las instituciones y con los medios es lo que puede. Y su relación no es siempre de insubordinación frente a la hegemonía cultual, como seria absurdo pensar que es siempre de adaptación funcional. Lo interesante de la cuestión de sobre los intelectuales, sectores populares, opinión pública y medios es el modo en que se configura su interacción. Las estrategias de desvío de los usos de la escuela en los sectores populares podrán ser de un tipo cuando se trate de un estado que proporciona servicios plenos e igualitarios y de otro cuando la institución parezca más exhausta y perdida.

Los efectos de los medios se recortan sobre un continuum simbólico. Es el conflicto entre las instituciones lo que hace dinámicas a las sociedades. Sin este conflicto, no van a ver trayectorias que desviar, ni muchos caminos indicados para transgredir. Pagni y Von der Walde opinan que esta es una posición nostálgica y que los intelectuales estaríamos extrañando el lugar de los mentores profetas. Esta figura hace por lo menos 30 años que entró en crisis. Difícilmente se extrañe aquello que no se tuvo nunca la posibilidad de ser. No hay nostalgia por ese lado, ¿todo juicio que no afirme que el pasado fue peor es nostálgico? ¿Es nostálgico pensar que la escuela donde los chicos aprendían a leer y a escribir bien en cuatro años, preparaba mejor a los sectores populares que aquellas que abandonan a los chicos analfabetos cuando desertan? ¿Es nostálgico quien piense que la gente ganaba más hace diez años que ahora? Es absurdo afirmar que un juicio, por el sólo hecho de relacionar presente y pasado, se convierte en nostálgico. Es nostálgico quien busca reconducir las condiciones presentes a las pasadas. Creo que los intelectuales hoy sabemos más y entendemos mejor la Argentina de lo que la entendió Martínez Estrada.

Confío en lo que la gente pueda hacer con los mensajes que saturan a la sociedad, pero creo que importa no sólo la mezcla sino qué se mezcla en la mezcla. ¿Por qué afirmar sólo la primacía de la experiencia y de los desvíos como si la experiencia en una sociedad urbanizada y mediatizada como la Argentina se ejerciera en el vacío intuitivo de un imaginario pueblo mitoarcádico? Estos movimientos se realizan respecto de otros polos de organización y atracción. Sin esos polos, no hay desvío. ¿Qué estaba pidiendo en Escenas de la vida postmoderna? No quería ser el tejedor de la red de discursos sociales, sino poner mi discurso en esa red. Ser intelectual hoy, no es ser profeta”.

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