Grignon & Passeron: dominocentrismo y dominomorfismo

Para Claude Grignon y Jean-Claude Passeron, una serie de malentendidos han sido comunes en la búsqueda de una definición de lo que son las culturas populares.
En principio, como primer paso superador de la concepción que tradicionalmente atribuyó el monopolio de la cultura a las clases altas, se incorporó al análisis de las culturas populares el concepto, venido desde la antropología, de relativismo cultural

Este concepto, nacido en las primeras décadas de este siglo de la observación de otras culturas, distintas a la occidental, posibilitó en su aplicación original que pudiera entenderse la lógica de cada cultura sin abrir prejuiciosas opiniones, condicionadas por el propio lugar cultural. En este sentido, el relativismo cultural permitió, en su aplicación a culturas de etnias no europeas, desterrar, o al menos intentarlo, el molesto etnocentrismo que complotaba contra la posibilidad de entender científicamente el funcionamiento de cualquier sociedad.

Grignon y Passeron advierten, sin embargo, contra el enviciamiento que se produce cuando se lleva este concepto hasta el extremo. En ese caso, se cae en el populismo, término tomado no en sus acepciones referentes al discurso político, sino en cuanto la aplicación exacerbada del relativismo cultural lleva a considerar la culturas populares como si existieran en soledad, sin ninguna relación con otras clases sociales, con otros simbolismos y otras culturas: "el relativismo cultural que hace justicia a los contrasentidos sobre el sentido de culturas colonizadas o lejanas inspirados al colonizador o «civilizador» por su ignorancia de la realidad de las sociedades extranjeras, cometería en este caso una injusticia interpretativa respecto de las clases populares si optara por ignorar en la descripción de su cultura algo que no puede ser nunca relativizado o relativizable: la existencia siempre próxima, íntima, de la relación social de dominación, que, incluso cuando no opera de continuo sobre todos los actos de simbolización efectuados en posición dominada, los marca culturalmente, aunque más no sea mediante el estatuto que una sociedad estratificada reserva para las producciones de un simbolismo dominado" (Grignon - Passeron, 1991: 20).

Para romper con los peligros que entraña el populismo, los autores señalan otro camino que reintroduce en el análisis la posición legitimista para reconsiderar las consecuencias que trae a la propia cultura popular su funcionamiento como cultura dominada, subalterna respecto a otra. Pero, en su aplicación a las culturas populares, también se buscó desterrar cierto etnocentrismo de clase, tan molesto como el otro, pero mucho más enraizado.

Esta última postura es lo que Grignon y Passeron denominan miserabilismo. Para ellos, el análisis de Pierre Bourdieu, por su parte, ha mostrado la utilización de los mecanismos de diferenciación que operan como criterios estéticos. Estos mecanismos también son utilizados por las clases populares, que no se muestran nunca homogéneas en sus preferencias y elecciones. Pero, en su investigación, parecería que la posibilidad de elección y por consiguiente, de desarrollar un estilo, es un privilegio de las clases acomodadas. Como afirma Grignon: "detrás de todas las restricciones a aplicar el concepto de estilo al modo de vida popular encontramos la certeza dominocéntrica que conduce a reservar la capacidad de tener estilo a los nativos de la cultura legítima" (Grignon - Passeron, 1991: 121).

Como manifestara con contundencia Jesús Martín-Barbero: "la cultura de masas no aparece de golpe, como un corte que permita enfrentarla a la popular. Lo masivo se ha gestado lentamente desde lo popular. Sólo un enorme estrabismo histórico y un potente etnocentrismo de clase que se niega a nombrar lo popular como cultura, ha podido ocultar esa relación hasta el punto de no ver en la cultura de masa sino un proceso de vulgarización y decadencia de la cultura culta" (Martín Barbero, 1987: 135).

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